Hubo un tiempo en el que
vivíamos estupendamente con lo que en aquel momento teníamos pero el sistema,
ese conglomerado que no conoce tipo alguno de límite llegó a la conclusión que
abaratando el precio del dinero y ablandando las condiciones para acceder a él,
lograría dar una nueva vuelta de tuerca en pos de su objetivo que le conduce a
un destino del que ni es consciente.
Así las cosas, el común de
los mortales con los ojos abiertos como platos y las manos abiertas y
extendidas como un niño el día de su cumpleaños, se limitó a recibir aquel torrente
de” regalos” sin preguntar cual era el peaje a pagar ni las reglas del juego en
el que se había embarcado.
A lo que quiero llegar
con esto es a que, al aceptar esas comodidades sin cuestionar nada, aceptamos participar
en un juego concreto con unas reglas concretas pero tan embobados estábamos con
nuestros nuevos juguetes que no nos paramos a leer la letra pequeña del
contrato para averiguar a qué reglas debíamos atenernos. La melodía era tan
hermosa que nos quedamos absortos sin prestar atención a la letra….
Al aceptar ese juego
aceptamos que la supervivencia del sistema estaba por encima de cualquier otra
consideración y por inhumano que parezca cuando digo “cualquier” es exactamente
eso, “cualquier”.
La vida, que es dinámica e
incierta aunque tratemos de verla segura y estática hizo que el inevitable invierno
llegara con sus rigores cuando nosotros nos encontrábamos disfrutando de una primavera
que creíamos eterna.
Pienso que hacer recaer
toda la culpa sobre el sistema es muy humano pero también muy infantil. Si no
observamos nuestra cuota de participación en este tinglado, no habrá
aprendizaje alguno y como ya está sucediendo, las malas prácticas llevadas a
cabo estos años se vuelven a reproducir.
El caso de los conocidos
como “indignados” me parece ilustrativo en cuanto a la falta total de autocrítica
de la que hacemos gala. La situación ya era indignante desde hace mucho tiempo
pero, al tocarnos el bolsillo, decidimos indignarnos oficialmente. Con lo cual,
hablamos el mismo lenguaje que los supuestos “indignantes”: el idioma del
dinero. Y desde este contradictorio lugar juzgamos a los demás sin ningún
propósito de enmienda.
En mi opinión ni siquiera
vale la pena luchar contra el sistema pues está demasiado arraigado pero sí
podemos ir retirándole paulatinamente el incondicional apoyo que le brindamos
siendo más conscientes del papel que jugamos en la vida y quizá aún más, del
que no queremos jugar.
Actualmente se habla
mucho del término innovar pero siempre orientado hacia fuera. Quizá ha llegado
el momento de comenzar a innovar también hacia dentro e indagar en nuevas
maneras de vivir y relacionarnos, innovar en conceptos como madurez,
responsabilidad social y otros.
Por mi parte, tengo una
gran dificultad para definir lo que es madurez y es algo que me inquieta. Recientemente
tuve una conversación con una venerable mujer de alrededor de 85 años, con la que
habitualmente tengo el placer y la fortuna de charlar y le solicité que
intentara explicarme que significaba para ella, ser madur@. Esperaba una
respuesta que arrojara algo de luz sobre mi ignorancia al respecto pero, en
lugar de eso, me miró a los ojos con una expresión difícil de describir y me
dijo: No lo se….
Quizá sea hora de
comenzar a respondernos ciertas preguntas de las que huimos como de la peste y
dejar de ponernos de perfil ante tanto desmán propio y ajeno.
Dédalo
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